La fábula es una narración literaria breve, generalmente en verso, cuyos personajes son animales a los cuales se les humaniza haciéndoles hablar y obrar como personas. y de la que, generalmente, se deduce una enseñanza práctica o moraleja que se encuentra escrita al final del texto.
Esopo (S.VI a.C.) fue un fabulista griego antiguo, que
relató fábulas personificando animales. En ellas plasma todos los vicios y virtudes de los hombres, con un gran talento
satírico.
Sus
relatos se conservaron por tradición oral.
Aquí tenéis una de sus fábulas:
LA LIEBRE Y LA
TORTUGA
(FÁBULA DE ESOPO)
En el mundo de los animales vivía una liebre muy orgullosa, porque ante
todos decía que era la más veloz. Por eso, constantemente se reía de la lenta
tortuga.
-¡Miren la tortuga! ¡Eh, tortuga, no corras tanto que te vas a cansar de ir
tan de prisa! -decía la liebre riéndose de la tortuga.
Un día, conversando entre ellas, a la tortuga se le ocurrió de pronto
hacerle una rara apuesta a la liebre.
- Estoy segura de poder ganarte una carrera -le dijo.
- ¿A mí? -preguntó, asombrada, la liebre.
- Pues sí, a ti. Pongamos nuestra apuesta en aquella piedra y veamos quién
gana la carrera.
La liebre, muy divertida, aceptó.
Todos los animales se reunieron para presenciar la carrera. Se señaló cuál
iba a ser el camino y la llegada. Una vez estuvo listo, comenzó la carrera
entre grandes aplausos.
Confiada en su ligereza, la liebre dejó partir a la tortuga y se quedó
remoloneando. ¡Vaya si le sobraba el tiempo para ganarle a tan lerda criatura!
Luego, empezó a correr, corría veloz como el viento mientras la tortuga iba
despacio, pero, eso sí, sin parar. Enseguida, la liebre se adelantó
muchísimo.Se detuvo al lado del camino y se sentó a descansar.
Cuando la tortuga pasó por su lado, la liebre aprovechó para burlarse de
ella una vez más. Le dejó ventaja y nuevamente emprendió su veloz marcha.
Varias veces repitió lo mismo, pero, a pesar de sus risas, la tortuga
siguió caminando sin detenerse. Confiada en su velocidad, la liebre se tumbó
bajo un árbol y ahí se quedó dormida.
Mientras tanto, pasito a pasito, y tan ligero como pudo, la tortuga siguió
su camino hasta llegar a la meta. Cuando la liebre se despertó, corrió con
todas sus fuerzas pero ya era demasiado tarde, la tortuga había ganado la
carrera.
Aquel día fue muy triste para la liebre y aprendió una
lección que no olvidaría jamás: No hay
que burlarse jamás de los demás. También de esto debemos aprender que la pereza
y el exceso de confianza pueden hacernos no alcanzar nuestros objetivos.
Aportación realizada por Elena Lasheras,
profesional de la Salud.